Planta cara a la diabetes

La plaga de nuestro tiempo no es el hambre, sino los excesos.

La diabetes, en particular la de tipo 2, es una epidemia moderna, un mal de muchos que afecta principalmente a los consumidores del mundo desarrollado, propagándose a través de nuestras cestas de la compra y platos rebosantes, e instalándose en nuestras abultadas barrigas. Se ha comprobado que los hombres son biológicamente más propensos a caer en sus garras. Quizás porque nuestra grasa tiende a acumularse en la zona central (mientras que en el caso de las mujeres se distribuye de manera más uniforme por todo el cuerpo), los hombres desarrollamos la enfermedad teniendo un índice de masa corporal (IMC) más bajo.

 

 

En cualquier caso, nuestro conocimiento de la diabetes y de sus causas es escaso. Puedes hacer una encuesta sin rigor científico, por ejemplo preguntando a tus amigos lo que saben de ella, y probablemente te responderán algo como: “¿Tiene algo que ver con el azúcar, ¿verdad?”. Como si evitar las galletas y los donuts bastara para inmunizarlos. Igual estás leyendo este artículo y piensas que el problema no va contigo. Pero, atención: millones de personas en el mundo padecen esta enfermedad y no lo saben. Y es que en el primer estadio, las personas que tienen diabetes de tipo 2 no presentan síntomas y no notan nada extraño. Se han llegado a descubrir casos de personas que han convivido una década con la enfermedad sin darse cuenta, con las consecuencias que ello supone.

Si no tiene un efecto visible sobre la salud, ¿es un problema? La respuesta es sí. Un problema muy gordo. Con el tiempo, la diabetes va degradando la función de varios órganos importantes, incluso si la persona está bajo tratamiento. Cuando no se interviene, la enfermedad pude causar auténticos estragos. En este artículo publicado en The Spectator en 2014, el médico y escritor británico Max Pemberton argumentó que preferiría ser seropositivo que diabético. En el primer caso, los avances en fármacos antirretrovirales han convertido la sentencia de muerte de los 80 y los 90 en una enfermedad controlable. El virus no ha sido vencido, pero sí frenado.

 

 

La diabetes, en cambio, continúa avanzando. “El riesgo de ictus entre los diabéticos de tipo 2 que acaban de iniciar un tratamiento es más del doble que el de la población en general”, escribe Pemberton. Los diabéticos presentan una probabilidad cuatro veces mayor de padecer una enfermedad cardiovascular, y entre el 20 y el 30 % de ellos tienen dañado el sistema de filtración de los riñones, lo cual termina por causar un fallo renal y obliga a someterse a diálisis. El deterioro de los delicados capilares de los ojos es una de las principales causas de ceguera, y el daño nervioso causa heridas y ulceraciones en los pies, con resultado de amputaciones.

 

 

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En contraste con la gran campaña informativa que en su momento acompañó a los inicios del VIH, la diabetes se está propagando de manera silenciosa. Se ha convertido en algo tan común y corriente que casi resulta tentador considerarla una parte del proceso de envejecer. Como afecta a mucha gente, no se le presta la atención y no se la toman en serio ni los pacientes ni sus cuidadores. Pemberton expuso la realidad en toda su crudeza. Para los pacientes que viven en el mundo desarrollado, el acceso a los tratamientos modernos significa que actualmente el VIH ya no acorta la esperanza de vida, mientras que la diabetes de tipo 2 generalmente la reduce en 10 años.

Nos estamos muriendo de ignorancia. La diabetes, al menos si perteneces al sexo masculino, se presenta en dos variedades claramente diferenciadas. Contra el tipo 1 no se puede hacer gran cosa. El páncreas deja de producir la insulina necesaria para obtener energía del azúcar que circula por la sangre. El cuerpo busca otras fuentes de energía como las células adiposas, que pueden inundar el organismo de toxinas. No obstante, el 90% de los casos pertenecen al tipo 2. En este caso, el páncreas continúa produciendo algo de insulina, pero no en la cantidad o con la calidad suficiente. Como consecuencia, el nivel de glucosa en sangre se dispara y causa daños en los vasos sanguíneos, tanto los que conectan con el corazón como los que llevan sangre a los riñones y a los ojos. La enfermedad endurece el interior de los vasos, causando trombos y dañando órganos internos.

Entonces, ¿qué hay que hacer para no enfermar? Existen tres grandes factores de riesgo: la edad (el riesgo aumenta a partir de los 40, o de los 25 si eres de origen sudasiático), los antecedentes familiares y el peso. Los dos primeros no dependen de ti, pero el tercero sí. El sobrepeso hace que el cuerpo se vuelva mucho más resistente a la insulina. No sabemos por qué, pero el resultado es que el páncreas empieza a producir gran cantidad de insulina hasta que al final interrumpe la producción. Llegados a ese punto, la persona no tiene otro remedio que empezar a inyectarse insulina, pero si la enfermedad se detecta a tiempo puede controlarse con ejercicio y una dieta saludable, sin necesidad de medicarse.

 

Todavía no se ha encontrado una cura para la diabetes, pero sí se pueden tomar medidas para prevenirla. La principal es controlar el peso. En los voluntarios que han seguido una dieta de 600 calorías diarias durante ocho semanas, los niveles de glucemia han descendido por debajo de los valores propios de un diabético. Es un régimen de alimentación muy difícil de seguir fuera de un ensayo clínico, por no hablar de su riesgo para la salud (600 calorías es poquísimo). Sin embargo, abre el camino a descubrimientos futuros. De todas formas, no hace falta llegar a los extremos: de momento, tómate muy en serio el tema de controlar el peso.  Haz ejercicio y aliméntate bien.

Fuente de información: http://www.menshealth.es/